Aprender Historia… ¿Para qué?

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   “Es en el seno de la familia y en la escuela donde se nos devela lo desconocido. Hay que proponerse mostrar activamente a niños y jóvenes ese patrimonio que les pertenece porque sólo a través de nuestra “revelación” podrán incorporarlo durante la construcción de su interior.” (Guillermo Jaim Etcheverry)

   Tema más, tema menos, mayor carga horaria, menor carga horaria, pero siempre presente, la Historia resiste las modas pedagógicas, las reformas educativas y hasta los avatares del tiempo, elemento constitutivo de su ser.

   La Historia, escrita así, con mayúscula, capaz de generar las antinomias más variadas, es amada u odiada, deseada o temida, buscada u olvidada, memorizada o reflexionada. Esta ciencia, cuyo objeto de estudio crece inexorablemente día a día, se presenta como una disciplina “ineludible” a lo largo de toda la escolaridad. La pregunta se impone: ¿para qué enseñar Historia?

   Si bien pueden admitirse varias respuestas, priorizo una retomando las palabras de Jaim Etcheverry: ” para introducir a los recién llegados al mundo en una realidad que los precede; guiarlos y acompañarlos en la tarea de descubrir una cultura que está ahí, desde antes de que llegaran a este tiempo”.

   El conocimiento de la diversidad existente entre los seres humanos, tanto en relación con sus modos de vida y sus creencias, pasando por los diferentes rasgos físicos, permite asumir actitudes flexibles y respetuosas frente a los demás, de modo que la valoración de lo propio no signifique la negación de los otros. Dicho conocimiento enriquece la experiencia personal en la medida que le permite a cada ser humano reconocer su condición de miembro de una cultura y de una historia forjadas a través de las actividades, los esfuerzos y los afanes de quienes lo han precedido.

   Junto a estas apreciaciones generales, podrían sumarse otras, más puntuales, aunque no menos importantes: intentar comprender mejor el presente a partir del pasado y formar conciencia ciudadana.

Enseñar Historia… ¿Cómo?

“No se puede ofrecer una buena Historia sino se tiene pasión por ella. Yo suelo decir que las mujeres cocinan mejor cuando están enamoradas.” (Mario Carretero)

Mi amor por la Historia comenzó el día en que una profesora nos habló de la importancia de la Cuenca del Plata, de su valor geopolítico y, casi sin darnos cuenta, como quien hace un pase de magia, empalmó esos conceptos con la época del virreinato y las luchas por la independencia en Latinoamérica. ¡Fue para mí todo un hallazgo! No sólo porque de la Geografía había pasado a la Historia sin solución de continuidad, sino porque, por primera vez, pasado y presente aparecían ante mi asombrototalmente conectados; plenos de sentido. Y es eso, justamente, el centro de toda la cuestión: el sentido.

   Es frecuente escuchar hablar de “aprendizaje significativo” en el ámbito educativo. Este concepto, acuñado por David Ausubel, se refiere, básicamente, a la combinación de los conocimientos previos del alumno con los nuevos que va adquiriendo. Como consecuencia de esta relación, se establece una conexión, un nuevo esquema conceptual, transferible a la memoria a largo plazo. Así, la nueva información se integra en la estructura de conocimiento a lo largo del tiempo. Ahora bien, ¿cuántas veces favorecemos el acceso al aprendizaje significativo? Por diversos motivos – falta de actualización, carga horaria insuficiente, estructura curricular, necesidad de calificar y, sobre todo, por el peso de la propia matriz de aprendizaje – terminamos enseñando hechos históricos inconexos y estereotipados, que lejos de promover nuevos vínculos con el conocimiento que los alumnos traen, conducen a un aprendizaje memorístico con fecha de vencimiento.

 El estudio de la Historia requiere el dominio de una disciplina académica particular y específica, orden en la investigación, análisis y evaluación sistemática, discusión, rigor lógico y una búsqueda incesante de la verdad.

   ¿Qué será necesario, entonces, para la enseñanza de la Historia? En primer lugar, conocerla y, además, “degustarla”. Habrá que actualizar contenidos, profundizarlos, recrearlos y complejizarlos. Será imprescindible construir una Historia en proceso, superando el marco de su enseñanza fáctica e inconexa y estableciendo “eslabones históricos” que le permitan conservar su continuidad y su propia lógica interna.

   En este contexto, el gran desafío será vislumbrar la posibilidad de “enamorarse de la Historia”, para agregar al rigor académico la pasión, virtud fundamental a la hora de transmitir y revelar todo aquello para lo que se quiera convocar.

   Esto nos lleva a considerar el papel que desempeña el docente como figura fundamental en el desenvolvimiento de la estrategia de la enseñanza.

   Son momentos decisivos, que demandan nuevas respuestas, nuevas maneras de mirar, nuevas formas de actuar. Debemos generar una concepción de enseñanza como proceso de búsqueda y construcción cooperativa. Enseñar es aprender. Aprender antes, aprender durante, aprender después y aprender con el otro; y en esto no existe otra posibilidad más que comprometerse.

Prof. /Lic. Susana Fernández

Creadora de los cursos en video sobre Fechas Patrias: Click Acá

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