La práctica del Mindfulness con chicos y adolescentes

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Cada día son más los adultos que aprenden mindfulness o se entrenan en atención plena para poder vivir con mayor tranquilidad y resiliencia. La práctica es un recurso valioso al encarar los problemas y regular las emociones. Nos sirve para desacelerarnos, estar atentos y manejar la sobrecarga de tensión.

La actualidad política y económica nacional, la situación crítica global y el desequilibrio del ecosistema planetario nos cargan en la vida cotidiana con preocupaciones, incertidumbre, angustia. Todos vemos disminuidos nuestros recursos.

En tanto padres y educadores, con los desafíos que se multiplican en nuestras casas y escuelas, podemos considerar que prestar atención, en lo individual y colectivo, tiene el potencial de producir impacto en el modo de cuidarnos, en nuestras relaciones y cómo habitamos nuestro mundo. Cada uno de nosotros habita sistemas humanos (familia, aula, vínculo asistencial) con una forma propia de restaurar nuestro equilibrio y cultivar bienestar.

Hagamos la diferencia. Cualquier adulto  que tenga capacidad de maniobra frente a su  estrés puede cuidar mejor a los chicos y jóvenes que tiene cerca (aunque los chicos no practiquen por sí mismos).

Así que todos, los chicos y grandes, podemos beneficiarnos de prestar atención y de estar más concientes. Podemos resolver mejor la incertidumbre cuando combinamos atención, intención y comportamiento.

Aprender a practicar mindfulness o atención plena sirve para poder elegir cómo relacionarnos con lo que percibimos, sentimos y pensamos mientras está sucediendo.

Aunque la situación sea desagradable y sobre todo por eso: en vez de huir de los desafíos y distraernos con pantallas, con consumos, aislándonos o enfermándonos podemos pausar, conectar y ejercer un rol activo y transformador en relación con la realidad interna de cada uno y con los demás.

Los padres, los profesionales de la salud y por supuesto los docentes pueden usar cada momento como una oportunidad: una comida, un recreo, un traslado, una tarea  o cuidar una mascota. ¡Son microsituaciones y la práctica es portátil!

Reconocer nuestra vulnerabilidad cuando algo nos desafía y descubrir cómo pausar cuando lo necesitamos en vez de contagiar automatismos.

De eso se trata estar plenamente presentes.

 

Ejemplos de prácticas de atención plena  con chicos y adolescentes:

El tiempo para focalizar la atención aumenta con la edad. Todos podemos enfocar la atención en cómo es nuestra  respiración mientras estamos vivos. Y en lo que perciben nuestros sentidos: ¿te sentís contento después del baño?, ¿cómo sabe tu cuerpo que estás contento?

 

 

  • Con los dispositivos móviles:

Dejar, a propósito, el teléfono celular en el bolso o la mochila durante unos minutos cada día (puede ser un recreo escolar o una merienda en casa o un viaje en el transporte público).

Disponer un horario en casa, o en el colegio, libre del uso de wi fi. Idealmente, el horario de las comidas. También se puede establecer un ambiente libre del uso de tecnología.

Chequear los mensajes solamente cuando disponemos de tiempo para responderlos.

Observar qué pensamientos surgen cuando no refrescamos el chequeo de nuestro móvil, qué sensaciones físicas tenemos, si registramos ganas de comer o de movernos, o urgencia por teclear.

Cuando usamos el móvil para conectarnos socialmente o saludar o hacer un programa, la propuesta es nuevamente hacer una pausa y detectar ¿cómo nos sentimos físicamente, cómo respiramos, qué emociones y pensamientos tenemos? ¿Estamos con nuestra atención focalizada o haciendo varias cosas a la vez?

A veces, las alarmas de los dispositivos pueden usarse como recordatorios para prestar atención intencionalmente por un rato. E incluso para compartir prácticas con otros online. Cuando suenan, hay preguntas que son un buen disparador de atención consciente: ¿Qué nos pone contentos?  ¿Cómo lo sabemos en el cuerpo?

 

 

  • Al registrar algún malestar:

Si los chicos están preocupados, se sienten enfadados, molestos o frustrados, podemos proponerles que paren por un momento y noten dónde están sintiendo la preocupación o el enfado en su cuerpo. ¿En la panza? ¿La garganta? ¿Las piernas?  ¿Sienten que están temblorosos o contraídos o sudorosos?

Hacemos foco en el cuerpo. Nos concentramos en alguna sensación corporal que nos cuente algo de cómo estamos ahora (cansados, con  bostezos, ojos irritados, sensación de plenitud gástrica, dolor muscular, etc.). ¿Cuánto duran las sensaciones? ¿Son agradables, o no? Si nos distraemos, ¿hacia dónde se va nuestra atención? ¿Un ruido? ¿Un pensamiento? Cuando esto sucede, intentamos volver a poner el foco en el cuerpo. Traemos la mente de nuevo a casa.

Podemos guiarlos a que registren alguna parte del cuerpo en particular. Por ejemplo, sus pies y cómo se sienten sobre el suelo. ¿Pesados? ¿Sólidos? ¿Cálidos? Con el foco en los pies, que sientan el contacto con el suelo. En esta postura, los invitamos a que se enfoquen ahora en sentir su respiración. Por dónde va dentro del cuerpo, si es cálida o fresca, y cómo se siente en la nariz, la garganta y la panza. Quizás el cuerpo comience a relajarse. Después de un momento, estaremos todos más listos para tratar con el malestar original.  Con aquello que puedo respirar, puedo estar.

 

Lic Marina Lisenberg.

Autora de  “El secreto de Emilia” Ed. Sudamericana   y de “Atención Plena para niños y adolescentes. Prácticas de Mindfulness en la crianza, la salud y la educación” Ed. Grijalbo.

 

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